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La Inteligencia de la piel






Título: La inteligencia de la piel

Nombre del autor: Augusto Enrique

Numero de páginas: 20

Precio de venta al publico gratis

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Sipnosis: Poemas de Augusto Enrique





crítica y comentario: EL MOVIMIENTO DEL NEOLÍTICO

Una mirada sobre la poesía, y sobre el libro “La inteligencia de la piel” de Augusto Enrrique.

El crítico construye un mundo, y lo habita. Esa construcción no es arbitraria porque se hace con los materiales de sus lecturas, materiales que se ordenan de acuerdo a un plan que sólo el crítico puede revelar mediante el ejercicio de su oficio. Que esos materiales hayan sido recogidos en el desorden de una vida de lecturas, o desde el sistema planeado de lecturas electas con criterios racionales, afecta poco al hecho de que toda crítica es el producto de un montaje subjetivo que en cualquier momento puede desertar de sus intereses cognitivos para deleitarse en la confusión estética.


Edgar Poe pensaba haber logrado un descubrimiento científico en “Eureka”; ya no le satisfacía que fuese un buen poema o una alegoría bien lograda del vasto universo; como, por otra parte, lo son las teorías que pasan por científicas. Los poetas tienen esa debilidad, quieren, en algún momento, confundir su voluntad de creación con el demiurgo, para encontrar su propia autodecepción.


Michel Leiris[1] lo dijo de Rimbaud al aumentar lo que decía el Dictionnaire Larousse: no sólo poeta y aventurero, también revolucionario, porque toda poesía es inseparable de la revolución. Esto nos dice más de Leiris que de Rimbaud, porque volverse traficante en Absinia no corresponde a la esperanza del comentarista de aliarse a las masas oprimidas. La poesía, que reinó en la época del mito, se transforma en palabrería incesante de la subjetividad en el tiempo donde nuestra esperanza más íntima se deposita en la manipulación racional de las leyes que sentimos nos han sido dadas por las mentes más lucidas. Rimbaud en Absinia es signo de una renuncia y un desengaño: la poesía es palabrería que no transforma el mundo.


No lo transforma, pero lo enriquece al hacer arder las mentes, al tratar de arrancarlas al círculo del sueño. Los poetas buenos son los que Eliot quiere describir al hacerlos participes de todo el pasado, al ser los depositarios de la memoria de la humanidad a la vez que los puntos surgentes de la novedad. Eliot llama a eso sentido histórico[2]. Por tanto, el poeta deserta en sus poemas de la teoría del Profesor Lovejoy[3], porque si ha sido infundido con la tradición, si ha percibido con su personal sentido de la creación la intemporalidad del mundo, en sus poemas no existirán simples recombinaciones de las imágenes previas: se volverá la discontinuidad que inaugura, el comienzo que angustiará a sus contemporáneos, la inmersión en todo lo novedoso que el mundo ha parido en medio de la inconsciencia general.


Blake se opuso a Newton, y no estuvo sólo: tras el entusiasmo inicial de celebración general por la potencia que puso a raya todo escepticismo, codificada en tres leyes, los poetas se decidieron por construir nuevos mundos imaginarios; el caso de Blake; o perseguir la tarea de dar consejos a los científicos que se entregaban a la creencia en el poder de la razón o, como Jonathan Swift, satirizar la vanidad inherente a esos hombres. Pero esa oposición era lucha abierta por la percepción de los tiempos, por lograr un descenso más pronunciado al corazón del presente[4]. La Jerusalén inglesa de Blake es tan atrevida como la alquimia de Newton, y por ello igual de satirizable.


Los poetas contemporáneos se mueven en campos de batalla similares, si bien más vastos para su conciencia de lo que podían haberlo sido para Dryden o Donne. Mundos más poblados, más nuevos y menos patéticos incluso en las viejas colonias españolas. La Inglaterra de Blake era poco más que una zahúrda repleta de desempleados, tan pobre como la más pobre chabola brasileña o periferia mexicana. Pero un poeta se mueve en el mundo de las ideas, de las imágenes, del tiempo que no cesa de fluir y se detiene bajo sus conjuros lingüísticos para comenzar a fluir de nuevo. Por eso su poesía es una forma de historia: Donne (1573-1631) podía sorprender a sus contemporáneos con:


Go and catch a falling star


Get with child a mandrake root


Tell me, where all past years are


Or who cleft the Devil´s foot


Si le creemos al Foucault de “Les motes et les choses”, el saber que Donne despliega en estos versos se funde con la manera en que el siglo XVI concebía a la representación como una cadena de semejanzas y una correspondencia entre el cosmos y el microcosmos. Por ello, las enumeraciones de Donne son típicas para una edad que vio los catálogos de Aldrovandi o las recetas de Paracelso como compendios del conocimiento. Pero, cuando leemos:


Cuando alunicé en tú espíritu


Me bañaste en el mar de la tranquilidad


Y me sumergí en el cráter de tu belleza


Percibimos de inmediato el peso de una historia, así sea la que los Estados Unidos de América televisaron al mundo en 1969. Augusto Enrrique no quiere, quizá, darnos esas imágenes: parece más preocupado por la vicisitud de sus dobles que por los 220 voltios bajo los que trabajan sus nervios. Pero ni los alunizajes, ni los cuerpos eléctricos pesan en nuestras lábiles memorias porque los tenemos alrededor, nos rodean las incomprensibles redes eléctricas y los anuncios rutilantes de viajes a sitios lejanos. Como Baudelaire, Enrrique descree de la poesía pero no de las mujeres; o en general de la vida de procreación y alimentación, pero lo dice en un poema:


“Necesito una mujer con la piel inteligente, porque la verdad, a veces estoy harto de la poesía”


También, quiere hacer caer en la misma nefasta inutilidad que presiente en la actividad poética a la actividad política, a la vida de la polis:


“Algunos piensan que la poesía no sirve para nada, por lo que veo a cada rato, la política tampoco”


En estos dos versos se establece y resuelve un conflicto: la vida de alimentación y procreación, alegorizada en una mujer, o la vida tout court, que se invoca mediante la imagen de una mujer, y la vida racional, que se trae a cuento mencionando la política, no son opciones: sólo a veces la poesía cansa. Son las argucias típicas del poeta, no menos como gestos del pasado en los que incurren por sus supuestos conflictos existenciales, que como confirmación de su compromiso con la poesía, porque, si creyeran por un momento lo que de manera literal parecen decir, estarían con Rimbaud en Absinia, o en sitios menos pintorescos donde a la poesía no se le de un ardite.


Pero Rimbaud invoca todo el peso de sus antepasados, así los considere miserables, el tamaño de esa miseria es el tamaño de la poderosa poesía que los invoca:


“J´ai de mes ancêtres gaulois l´oleil bleu blanc, la cerevelle étroite, et la malandresse dans la lutte. Je trouve monhabillement aussi barbare que le leur. Mais je ne beurre pas ma cheveleure”


Si, pues es un mala sangre, descendiente de lo peor, eso que sólo tiene aptitud para aparecer como genealogía en un poema. ¿Es todo origen una vergüenza?, ¿Es la meta?, es la gravedad del pasado, el nexo construido por la fuerza del creador. En su “Psicopoema”, la pieza que inicia el breve cuadernillo de poemas titulado “La inteligencia de la piel”, Augusto Enrrique no invoca a sus ancestros, no hace figurar su origen, su medio o su fin: se decide por encontrar la otredad que le espera, a la que desdeña por el compromiso con su yo (“El embrión”, “Las manzanas son una tentación”, “El huérfano de la imagen”), y reencuentra en su viaje electronáutico.


Como he mencionado, vemos por momentos el presente, en funcionamiento casi inconsciente pero con imágenes precisas que acompañan al viajero su sombra y ese destino que anhela y al que cree poder aspirar si suprime el yo y se abre al mundo. Pero ¿para qué?, ¿acaso nos mintió la esclava del esposo infernal cuando nos dijo: La vraie vie est absente. Nous ne sommes pas aus monde.”.






ROLANDO ALVARADO FLORES


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